viernes, 15 de octubre de 2010

EL LABERINTO DE LA SOLEDAD,,, OCTAVIO PAZ

Leer es un placer solitario, un encuentro con algo que en un texto nos grita una verdad, no una general sino una nuestra, una verdad personal que nos recuerda la manera en la que estamos viendo al mundo
A veces por diversión, a veces por casualidad, otras tantas por recomendación llegamos a los textos, con la mente limpia del nombre que está detrás de tantas letras, es así como un autor nuevo penetra nuestra percepción, mostrándonos en su recorrido, la vida desde su perspectiva, algunos quedan como anécdotas felices de imágenes vívidas que fueron capaces de transportarnos; otros, y es el caso de quien hoy me tiene escribiéndoles, el escritor es un guía, un tipo que ha abierto los sentidos a la realidad, alguien que en el trayecto de sus letras, nos transforma, nos incomoda, nos susurra verdades desmedidas, desincrustándonos los pequeños fragmentos de inocencia que se clavaron en nuestra carne, en el último choque con la madurez
El laberinto de la soledad es eso, la mexicanidad expuesta, aguda; Octavio Paz, el autor, desmantela la fantasía de la supuesta virilidad mexicana, mostrándonos los patrones de todos los vicios sociales que condujeron a nuestro país de repetición en repetición; a sufrir su historia de modo irremediable
Hay dos cosas difíciles de afrontar, la propia mortalidad y la verdad dicha de frente, porque morir es trágico y la honestidad estorba, así que solemos esquivar la realidad como esquivamos la mirada de los extraños que comparten elevador con nosotros, con una tímida astucia bañada de pudor, o con la sonrisa automática de dos miradas que osaron encontrarse en el pequeño espacio donde lo irracional habría sido no hacerlo; por estas razones, Paz es una piedra en el zapato, la molesta etiqueta que estorba en el interior de las camisas nuevas, no solo es normal que se lo niegue, sino absolutamente lógico que se lo infame, restándole meritos o adjudicándole traiciones
“¿Quién es la chingada?”  Se pregunta nuestro autor y hace un recorrido arrastrando la palabra por toda Latinoamérica hasta llegar a México, sitio en el que; violenta y plural, descansa la chingada en la canasta básica de los vocablos que sirven para todo, dejando claro el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte como sustancia vital de la idiosincrasia nacional,  sobre lo abierto, lo femenino, lo débil. “Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado” y oculta su temor a la femineidad, tras la máscara de un falso desprecio que lo encarcela, lo aísla, lo mantiene caminando en círculos de angustia, sobre el centro de su origen “la soledad pura que se devora a sí misma y devora lo que toca”
La prosa de Octavio Paz es una radiografía; la más coherente y honesta de lo que ha sido la historia de México y en  “El laberinto de la soledad” realiza una entrega excepcional en la que sin patrioterismos profundiza la esencia de lo que implica ser mexicano sin la exageración tendenciosa que se postra en alguno de los límites del espectro político, pervirtiendo el análisis en la sucia intervención de los extremos personales
A partir de la observación de la realidad y con respecto de la historia, Paz nos lleva de la mano hasta el arte mexicano, su origen, la trascendencia de la historia social en el arte, el impacto del artista en la historia social y lo que somos después de la retroalimentación -“Toda la historia de México, desde la conquista hasta la revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos”-, cómo al vernos frente a la historia, frente a la constelación de perspectivas, elegimos este mañana que estamos viviendo a diario, coexistiendo con todas las formas de cultura que el medio nos proporciona, combatientes indefensos, esclavos manumisos  de la misma verdad que nos condiciona, desnudos en una realidad de espejos rotos
Somos protagonistas en un laberinto lleno de todas las soledades de que estamos hechos, la de la vida, la de la muerte, la de la separación, la del automatismo cotidiano del que es imposible salvar un solo sorbo de nuestra esencia, como maquinas despiadadas fabricando sin querer la parte que nos toca de futuro porque “pronunciar una palabra es poner en movimiento a la realidad que designa”

PAULA,,, ISABEL ALLENDE


No sé si relato sea el nombre adecuado para sintetizar en una palabra todo el sufrimiento, la trágica valentía que encierra este libro; un libro para no estar sola a mitad de la ausencia, para alcanzar al tiempo y contarle con creces la historia familiar a una hija moribunda, para esperar lo mejor, presintiendo lo peor
Una mujer conoce la soledad en ese instante, no antes, no después; la pérdida de un hijo, el peligro de perderlo destruye sus márgenes, y en este caso, deambula por el pasillo de un hospital madrileño platicando con nada, caminando el abismo que siente para no llorar de rabia por la impotencia que le explota en cada latido por Paula
Contarle las fotos que no puede ver, decirle la música que ya no puede oír, sumida en el sueño de la porfiria, en el coma obligatorio de la resistencia a los males del cuerpo, que la mantiene cerca pero lejana a todo entendimiento, respirando en otros instantes que no son compartidos, y que dejan a los vivos en la orfandad del dolor descarnado, llenos de preguntas que nadie puede responder, porque la ciencia aun no ha encontrado el sitio a donde viaja la inconsciencia  
Las certezas que la incertidumbre entierra en la carne “Ese hombre tiene tu vida en sus manos y no confío en él”, ¿Cómo distraer la agonía de la consciencia de estar perdiendo tanto a la vista de todos?, no es una crisis, es un infierno prolongado, las tripas quemándose sin hambre en el automatismo de la gastritis, en el silencio indecoroso del daño prolongado de las ideas revueltas, del desorden artero del amor en riesgo
Una madre camina en una cuerda tendida sobre nada, entre la locura y la realidad, se pierde por todos los lados de la historia, pero se gana la ternura de un relato hecho de miel y arena, contando con mesura los rígidos despeñaderos de la verdad, para que suene a destino la hiel del desencanto, para no ruborizar a los relojes, para no herir al tiempo con dagas oxidadas, para que no haya pérdidas masivas en la hemorragia de minutos convulsos que llenan el  sentido de tormento y el vientre de dudas “¿Dónde andas, Paula? ¿Cómo serás cuando despiertes? ¿Serás la misma mujer o deberemos aprender a conocernos como dos extrañas? ¿Tendrás memoria o tendré que contarte pacientemente los veintiocho años de tu vida y los cuarenta y nueve de la mía?”, es imposible evitar las lagrimas o despegar los ojos del papel que describe estos instantes, donde tantas preguntas se cierran en un pacto sin tanatología “Si tú resistes, Paula, yo también”