domingo, 26 de junio de 2011

QUÉ SE NECESITA PARA HABLAR DE CIORAN

 ¿Qué se necesita para hablar de Cioran?, ¿es posible hablar de Cioran sin sentir que un lapo del autor nos cruza el rostro?, ¿cómo hablar sobre un hombre que desprecia su inmortalidad?, ¿qué hay que decir de quien ha dejado todo dicho? Quizá la embriaguez sea capaz de darnos suficiente poder, pero ¿se puede hablar de un libro de Cioran sin hablar de Cioran?, ¿tiene caso hablar de un hombre que no se suicido porque “la muerte le repugnaba tanto como la vida”?
Altamente atractivo como un héroe maldito, ve pasar la vida como vera pasar la muerte, juega con el destino, escupe maldiciones al rostro de los dioses, harto de la vida se dispone a segregar todo el desprecio que le habita el cuerpo sobre todo lo que pueda ser objeto de juicio y es como ninguno al mismo tiempo en el que es como todos  
Pienso que podría poner extractos de sus libros, pequeñas frases inmortales, perlas que asesinen la esperanza del lector, signos despreciables de la muerte lenta que es la vida, pero podrían estar leyendo menores y quiero prevenirlos, prohibirles en la escasa medida de mi autoridad moral que lean a Cioran porque leerlo es abrir los ojos, es tragar amargo, es sensibilizarse, quedar a flor de piel, romperse un poco, es sentir que ese caldo del mundo en el que se cuecen nuestras vidas, nos cae encima y no hay como secarse, porque sentir la vida es también sentir sobre la espalda el peso de la muerte, la de uno, la que nos está predestinada
“En las cimas de la desesperación” es un libro de excesos, el autor lo escribió a los 21 años y llenó de aforismos el destino del mundo, habla del amor, de la ingenuidad del amor, de la individualidad como exceso en el amor, del entusiasmo como apatía discursiva dentro del mismo sentimiento, habla de todo, descabeza a los títeres del idealismo humano, se mete fuerte con el nazareno diciéndole a la cara “Detesto en Jesús todo lo que es sermón, moral, promesa y certeza. Me gustan sus momentos de duda –los instantes realmente trágicos de su existencia, los cuales no me parecen sin embargo los más importantes ni los más dolorosos que puedan imaginarse. Porque si el sufrimiento debiera servir de criterio ¡cuántos seres humanos tendrían más derecho que él  a considerarse hijos de Dios!”
Y así como “lo infinito invalida toda tentativa de resolver el problema del sentido” Cioran destruye el orden que hemos impuesto a la modernidad burlándose de todo, porque ¿qué sentido tienen las cosas que adoramos si asimilamos que el sentido es nuestra prerrogativa? Si nos vamos de las cosas que amamos queda el desierto, porque somos todo aun al convertirnos en nada, porque al mundo le está  negado el sentido de la existencia, porque es nuestro derecho la razón y sin ese derecho el mundo desaparece
Si después de prevenirlos, de advertirlos que al leer a Cioran conocerán el lado oscuro de la luna de todas nuestras noches, si mi advertencia cae en oídos vacuos de obediencia y sensatez, si lo que digo deja de existir al instante en el que frente a un texto del autor decidan comprarlo, si mi palabra es nada y lo devoran, entonces SEAN USTEDES BIENVENIDOS, ESTE ES EL MUNDO DE LOS LIBROS DONDE  LA INMORTALIDAD ES LA MAS JUICIOSA DE LAS POSIBILIDADES, solo recuerden “Nadie ha muerto en este mundo a causa del sufrimiento de los demás. En cuanto a quien pretendió morir por nosotros, no murió: lo mataron”

REQUIEM AETERNAM,,, JOSE COHEN



Ahí está uno, en el fondo de este océano de agua turbia; ciego, obligando al pulmón a respirar en mitad del sufrimiento fetal de un ahogamiento, buscando con los ojos una verdad que ya no es nuestra; solos, inevitablemente solos, impregnados de una sensación de orfandad que se acumula en la trasnoche de los días perdidos. Si, cada cabeza es un mundo, un mundo con dos polos inciertos, achatados, azules sin sentido; flotando sin gravedad en el desconsuelo de los instantes aciagos, con las rodillas pegadas a la mandíbula de la desesperación por el miedo nefasto de seguir despertando sin fuerzas en la verdad corpórea, por eso la creación es un instrumento exacto, matemático,  irrefutable, perfecto en ese instante que lo enciende de gloria. La creación es abismo, no es una oportunidad, es un karma nefasto que gotea en el organismo, permeando por erosión cada órgano útil,  el humano se vuelve más humano, de carne, de huesos y de tiempo contado, sobre todo de tiempo.
Explotan los vínculos, y el sujeto como objeto pierde asideros viables, queda indefenso, el hombre de Platón regresa a la caverna lleno de sí, atascado de existencia, cubierto del lodo de la vida; envuelto en las llamas de sus propias preguntas; no acepta mas cadenas, no es capaz de admitir que ha sido libre y que la libertad le ha cortado las alas con el filo inclemente de una intemperie artera.
En “Requiem Aeternam”  el tiempo tiene; en su ritmo perpetuo, un orden innumerable de piezas de reloj contando  nuestro tiempo, un daño secundario. Bret Albertson lo sabe,  lo sabe y agoniza porque “a los treinta años, ya puedes respirar bajo el agua”, “como si no importara mañana ni existiera el destino”, no hay ternura en el juego, hay dolor de relato, hay un trayecto herido que de hinojos suplica entre oración y pena una muerte tajante que acabe con este destierro inefable en el mundo de la sensación. El humano común, no es capaz de sufrirlo porque “parece carecer de la habilidad para apreciar un hecho como lo hace cuando es un sueño”, el daño sin censura es un tropo nefasto que “impide remediar indolencias con los tragos de luna”, aferrando a la realidad de su muñeca el último suspiro de un otoño perdido en las vergüenzas que Pablo Arnau esconde por miedo a que se note “con qué facilidad pulverizaron el alma limpia del niño del espejo”, por el temor latente de ser el mismo sujeto del recuerdo, por miedo a la verdad de la memoria, al tramo insuficiente de nostalgia que le deja la ira de haber sido un “él” en este “yo” supino, en la ausencia que habita  este texto empapado de angustia. Cohen, el autor, a trote sostenido, compacta una estructura subyugante donde la intersección abrumadora de penas subyacentes estruja al individuo y lo vuelve de barro.
Las ganas de morir no son la muerte, menos en este caso en que la muerte llega sin querer, lenta y arbitraria, irrumpiendo en el sueño que poco a poco comienza a ser eterno. Morirse sin querer, el último golpe de la ironía en la morfología del rostro de un protagonista que se bebió la vida de un trago. El ámbito se llena de preguntas, todas las que hemos imaginado, cuando en algún insomnio la duda de la muerte ensombrece la noche
Lleno de imágenes “Requiem Aeternam” recuerda el ultimátum Nietzscheniano que Kundera preconiza como “un crepúsculo de la desaparición que lo baña todo con la magia de la nostalgia” reconciliando al ser con su nada remisa, intermitente, inicua, y recoge la inquietud de tanto verbo escrito, nos remite a lo profundo de una literatura moderna,  enhiesta en  la incertidumbre nacional de la letra escrita, bien escrita.  Cohen es un foco prendido en esta nueva literatura en la que pocos son mencionables, menos son universales,  la universalidad es un proceso abierto que se come los límites del tiempo, haciéndonos pensar que el signo hizo mención del temor oculto en nuestro silencio.