viernes, 15 de octubre de 2010

PAULA,,, ISABEL ALLENDE


No sé si relato sea el nombre adecuado para sintetizar en una palabra todo el sufrimiento, la trágica valentía que encierra este libro; un libro para no estar sola a mitad de la ausencia, para alcanzar al tiempo y contarle con creces la historia familiar a una hija moribunda, para esperar lo mejor, presintiendo lo peor
Una mujer conoce la soledad en ese instante, no antes, no después; la pérdida de un hijo, el peligro de perderlo destruye sus márgenes, y en este caso, deambula por el pasillo de un hospital madrileño platicando con nada, caminando el abismo que siente para no llorar de rabia por la impotencia que le explota en cada latido por Paula
Contarle las fotos que no puede ver, decirle la música que ya no puede oír, sumida en el sueño de la porfiria, en el coma obligatorio de la resistencia a los males del cuerpo, que la mantiene cerca pero lejana a todo entendimiento, respirando en otros instantes que no son compartidos, y que dejan a los vivos en la orfandad del dolor descarnado, llenos de preguntas que nadie puede responder, porque la ciencia aun no ha encontrado el sitio a donde viaja la inconsciencia  
Las certezas que la incertidumbre entierra en la carne “Ese hombre tiene tu vida en sus manos y no confío en él”, ¿Cómo distraer la agonía de la consciencia de estar perdiendo tanto a la vista de todos?, no es una crisis, es un infierno prolongado, las tripas quemándose sin hambre en el automatismo de la gastritis, en el silencio indecoroso del daño prolongado de las ideas revueltas, del desorden artero del amor en riesgo
Una madre camina en una cuerda tendida sobre nada, entre la locura y la realidad, se pierde por todos los lados de la historia, pero se gana la ternura de un relato hecho de miel y arena, contando con mesura los rígidos despeñaderos de la verdad, para que suene a destino la hiel del desencanto, para no ruborizar a los relojes, para no herir al tiempo con dagas oxidadas, para que no haya pérdidas masivas en la hemorragia de minutos convulsos que llenan el  sentido de tormento y el vientre de dudas “¿Dónde andas, Paula? ¿Cómo serás cuando despiertes? ¿Serás la misma mujer o deberemos aprender a conocernos como dos extrañas? ¿Tendrás memoria o tendré que contarte pacientemente los veintiocho años de tu vida y los cuarenta y nueve de la mía?”, es imposible evitar las lagrimas o despegar los ojos del papel que describe estos instantes, donde tantas preguntas se cierran en un pacto sin tanatología “Si tú resistes, Paula, yo también”

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